Todos hemos vivido la experiencia de vivir que alguien se va. Alguien muy nuestro. Ese ser que está en nuestras entrañas y que, al partir, nos causa un dolor indescriptible. Sea la causa que fuere, un cáncer, un accidente, una enfermedad cardiaca. Pareciera que hubiese épocas en que varios se van. Todas las partidas son dolorosas. Hay tristeza por doquier. Y es que hay algunas, de cierta manera, esperadas, pero hay otras tan incongruentes que quedamos perplejos ante el absurdo. No estamos preparados para es. El médico nunca se acostumbra. El médico no debe perder la sensibilidad y la humanidad cuando ocurren, ni siquiera en el seno familiar o en nuestro círculo social. Siempre pega.
De los que se van, los sentimos, los lloramos, los recordamos, y aprendemos de ellos. De lo que vivimos, pero también de la enfermedad que padecieron. Si fue prevenible, si fue irremediable. Sea o no familia siempre pensamos en lo que se hizo y en lo que no que no se hizo.
Inclusive, aún sabiendo que, al partir vamos a un lugar mejor, es doloroso desprenderse. Del enlace. Del vínculo. Romperlo es doloroso y triste.
Por aquellos que han partido mi oración, mis lágrimas, mi sentimiento. Es difícil sentir lo que siente el que tiene la pérdida. Uno trata de sentir empatía porque también uno ha tenido ese dolor. Cada quien lo vive a su modo y no tenemos ningún aparato que lo mida.
Los que se van quedan en nuestro recuerdo, en nuestro corazón. Definitivamente, no se van. Se quedan en el aire, en las cosas.
miércoles, 29 de junio de 2016
Los que se van
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