domingo, 21 de agosto de 2011

Qué vaina con la ampicilina

Cuando yo estaba más joven, estudiando medicina, veía como la gente se recetaba penicilina para cualquier dolor de garganta. Para los más temerosos de las inyecciones, la alternativa era la tetraciclina de marca o la eritromicina de marca de la época. Posteriormente surgieron otras opciones, pero, una de ellas que ha quedado marcada en la mente y en la tradición de los zulianos es la tristemente célebre ampicilina. Sólo hay que quedarse una hora en una farmacia (buscando pretexto para estarlo, por supuesto) y ver cómo llega cualquier imberbe comprándose una "ampicilia para el dolor de garganta" como si fuera la cura absoluta de todos los males. Y es que esa creencia no sé de cuándo vendrá, de los abuelos posiblemente, que, en su momento, fue la maravilla. Es necesario enseñar en la escuela desde ya, como asunto de estado, que la ampicilina ya no sirve. Yo creo que los laboratorios la siguen expendiendo en lotes porque, como sucede con los blackberris, allá hay gente que la sigue utilizando no sabemos porqué, pero se vende. Y es un asunto de estado porque bien sabemos lo que es la resistencia bacteriana y cómo los microorganismos se ríen de nuestras armas cuando hallan la manera de contrarrestarla. Yo creo que cuando los virus, que son la mayoría de los que causan las faringitis, y las bacterias que colonizan nuestra boca y garganta ven una cápsula de ampicilina entrando y llegando al torrente sanguíneo se mueren, pero de la risa. Lo más triste de todo es que la que sale ganando es la sugestión porque, cuando la cosa mejora, por supuesto por obra y gracia de nuestras maravillosas defensas, leucocitos y anticuerpos y esas sustancias que producen, le prodigamos poderes milagrosos, a pesar de que se han tomado sólo tres cápsulas en dos días. Ni siquiera la dosis correcta.
También está en nosotros, como médicos, educar a las madres, a las abuelas, que no le pidan al farmacéutico la dichosa capsulita ni ningún otro "combiótico" para el hijo o el nieto y que le saquen esa idea de la cabeza a la familia: "Tomáte una ampicilinita que eso te tumba el catarro". Por Dios, señora, señor, amigo, no lo haga. Sólo el médico dirá, según criterios bien basados a qué infección prescribirá esa ampicilina que usted tanto desea o cualquier otro antibiótico que esté en su angustiosa mente.

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