En ese recorrer que hace uno visitando pacientes, cada uno con una
historia no sólo médica sino también familiar, emocional y social, uno
se encuentra casos muy puntuales, que hacen a uno reflexionar.
(Son nombres ficticios) ...
Saúl, de 56 años, diabético de más de 15 años, recibe la combinación
giben lamida con metformina. Estaba acatarrado, sin apetito, no comió
y se tomó la pastilla. Comenzó a sentir debilidad, se le nubló la
vista y mareos. ¿Qué se consiguieron? Una glicemia de 20 mg%. Saúl no
puede dejar de comer y debe tener siempre en la va un glucómetro para
estar pendiente de su "azúcar".
Victoria, 68 años, es la abuelita, la consentida. Vive con uno de sus
hijos, que está "dejado" de su mujer. La abuela tan sana siempre, ella
hace sus cosas, cocina y limpia. Pero es hipertensa y no se toma con
regularidad su pastilla de la tensión. Entre los dos incumplen la
dieta, se pude decir que se alcahuetean uno al otro. La abuela
Victoria tuvo un evento cerebrovascular isquémico y quedó con
dificultad para expresarse (afasia) y con medio lado "dormido"
(hemiplejía). Las hijas casadas que vivían aparte ahora deben cuidarla
más y colaborar en la atención de esta situación. Ya la abuela sabe
que no puede pegarle cacho (engañar) a la dieta y al tratamiento. Y
las hijas deben estar más pendientes de ambos, incluyendo al hijo que
es un hipertenso potencial (si ya no lo es).
Julián, adolescente, asmático. Las neumonías siempre comienzan como una gripe.
Julia, 62 años, con una rodilla embromada desde hace años, aumentó
bastante de peso. La acaban de operar, le colocaron una prótesis en la
rodilla. Menos mal que el plan de salud la paga porque cómo haría el
pobre, porque la glucosamina no sirve para nada.
Todas son historias que nos dicen que todo se repite siempre.
Enviado desde mi iPad
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