El Señor David. Él tenía su nombre en árabe, pero, como sonaba igual a David, así lo llamaba la gente. Era una persona muy especial. Lo conocí hace varios años, especialmente cuando hicimos parentesco de compadrazgo. Su familia entera es especial. Me encanta y me impresiona la unión y la fuerza que tienen, definiendo más aún lo de que "la unión hace la fuerza". Se vino de Siria, me contaba. Como tantos inmigrantes que vinieron buscando nuevas oportunidades, se sembró en nuestro país y lo amó inclusive más que nosotros. Trabajó incansablemente y fundó una familia grande. Me contaba que había sido futbolista. También fue carpintero. Obsesivo con la perfección y el buen trabajo. Siempre estaba de buen ánimo y pendiente de todo. Muy optimista que sabía ver el lado positivo de las cosas. Cuando nosotros andamos despotricando de todo, él siempre tenía su visión buena de ello. Sonreía y bromeaba todo el tiempo. Pero no dejaba de ser estricto y encima de las cosas.
Recuerdo cuando enfermó del corazón. Lo operaron de revascularización. Fue para él como una nueva oportunidad. Fue más cuidadoso con la alimentación y caminaba. Caminaba religiosamente en las tardes. Puntual con sus medicamentos. También era muy fiel a sus médicos. Por mucho que le recomendara aquí o allá, iba con aquel a quien había depositaba su confianza.
Esa fortaleza como pocas veces puede verse en alguien lo mantuvo varios años mejor de salud. A pesar de ser el mayor de sus hermanos, parecía que era el de más energía. Armaba los alborotos. Entusiasmaba a la gente. No vacilaba a la hora de seguir la cadena del chiste si era bueno. Era difícil no querer a alguien así.
Luchó hasta el final con el enemigo más difícil de todos. Y se fue cuando él quiso. Tenía una gran amor a la vida y la vivía llena de pasión. Si mi esposa lo visitaba, él le preguntaba por su compadre. Jamás, jamás voy a olvidar a mi compadre. Tan franco, tan jovial, conversador, familiar, guerrero tenaz. Nos acompañan lo mejores recuerdos.
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