Hoy conversaba con un amigo que venció un cáncer, un beatlemaníaco como yo, sobre lo vitalizante que es aprender a hacer algo nuevo, una tarea, una actividad, para darle sentido a la vida. Pero él tiene más que enseñarme. No sólo venció un cáncer, en esta dura situación de país, sino que, al mismo tiempo perdió a su esposa. Dos duros golpes. Cualquiera se hubiese dejado vencer. Sus razones para echar adelante fueron sus hijos, la música y el amor a la vida.
Realmente pasó los días haciendo múltiples cosas, leer mucho, cocinar, tocar la guitarra, cantar, escuchar música, ver TV en familia, disfrutar un café. La vida es corta. No hay que procurarse: hay que ocuparse. Sencillamente.
En estos días leí un refrán que decía que el hijo con el un más discutes, es el que más se parece a ti. Hoy ratifiqué eso. Todavía sigo aprendiendo a ser papá. No es fácil, pero es grande.
Para terminar el día culminé el libro tantas veces pospuesto de Los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Toda una sátira de la Europa del siglo XVIII haciendo parodias de los diferentes vicios de la especie humana en personajes ficticios. Liliput viene siendo algo así como ese pueblo de gente con mente pequeña, de raciocinio corto. Tantas interpretaciones que, filosóficamente, pudiéramos darle. Y Liliput fue sólo una de tantas aventuras. Hay que leerlo y disfrutarlo.
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